Per-Ingvar Branemark falleció el 20 de diciembre de 2014. Pero será uno de esos personajes inmortales, de los que pasarán a la historia por alguna contribución especial. En este caso, a la humanidad y por estar considerado como el padre de los implantes dentales modernos.
Su nombre es de esos que nos complican la vida a los que nos regimos por raíces latinas, debido a su procedencia nórdica –era de nacionalidad sueca- y que incluso nos pone en aprietos a la hora de escribirlo correctamente en el teclado del ordenador. Pero lo pronunciemos como lo pronunciemos, Branemark nos hizo un gran favor de características bucales.
A este cirujano ortopédico y docente nacido en 1929 debemos los implantes modernos tal y como hoy los conocemos. Fue él quien gastó muchos años de su existencia investigando cómo podría propiciar la sustitución práctica de los dientes en aquellos casos en los que se haya producido un gran desgaste, fractura, pérdida o similar.
Y el milagro estuvo en el titanio. Branemark pudo comprobar cómo este material quedaba integrado en la estructura ósea al tiempo de ser colocado en la mandíbula, resultando muy difícil de quitar y supliendo las funciones naturales de la pieza dental. Es lo que se conoce como osteointegración.
Un descubrimiento accidental
Dicho descubrimiento tuvo como origen otra investigación que nada tenía que ver con los dientes, sino con la microcirculación sanguínea en la médula ósea, que Branemark analizaba en conejos. El investigador comprobó como el material –titanio- no podía retirarlo en dicho experimento, ya que había quedado integrado con el hueso del animal.
Su descubrimiento, así como su propósito de que del mismo pudieran beneficiarse todas las personas del mundo, le valió diversos premios y reconocimientos mundiales, incluidas varias nominaciones al Premio Nobel. “Nadie debe de morir con los dientes en un vaso de agua”, fue una de sus múltiples frases célebres que quedarán para la posteridad.
Fotografía: www.for.org